Vamos a imaginarnos que metemos en una coctelera un poco de conocimientos psicológicos sobre la evolución de los niños, otro poco de empatía hacia ellos, unido al recuerdo que tengamos sobre nosotros mismos cuando éramos pequeños, más una pizca de experiencia con niños y, por último, una buena dosis de observarlos sin prejuicios. A mí me sale la siguiente carta ficticia, escrita como si los niños pudieran poner palabras adultas a sus sentimientos y sensaciones. Es evidente que ningún niño escribiría una carta así -«¡Uf, qué aburrimiento de carta!»-, pero sí puedo asegurar que lo que viene a continuación ha sido revisado y cuenta con el visto bueno de unos niños muy reales de diez años.